A veces nos hacemos esta pregunta en casa, y recordamos momentos puntuales de nuestra estancia en el país andino, en los tres últimos años de los 80. De mi vida allí tengo recuerdos como retales en mi memoria, inconexos, que no sabría decir cuándo ocurrieron, pero que acuden a mi mente con una clarividencia absoluta, con todo lujo de detalles.

En primer lugar, la deliciosa y empalagosa Inca Kola. En todas partes, a todas horas. Esa bebida representa el orgullo patrio. Valga reconocer que Perú sido el único país del mundo en el que una bebida gaseosa nacional supera en ventas a la Coca Cola. Hoy ya soy mayor y me gusta más la cerveza, pero en aquellos años aquel jarabe amarillo me volvía loca!

Aquellos apagones repentinos en toda la ciudad, que podían durar días (a veces "Sendero Luminoso" volaba las torres de la luz) ante los que sólo se podía suspirar, quedarse "a dos velas", y asumir con estoicismo que aquello era parte de la cultura peruana.

Sobrevolar las milenarias "líneas de Nazca" (que como todo el mundo sabe sólo se ven desde el aire, porque los dibujos son gigantescos) en una avioneta de cinco plazas más pequeña que mi coche, que vete tú a saber la ITV que pasaría... A la derecha "el mono", y giraba 180º, a la izquierda, "el colibrí", otros 180º (más los de antes =360º), y así sucesivamente el desayuno iba amenazando a la tapicería. El piloto era negro, nunca me olvidaré de su cara, yo azul, luego verde, luego blanca... Un espectáculo maravilloso...las líneas, claro.

Los soldados con metralletas que había por todas las esquinas del centro de Lima me horrorizaban, eran años políticamente "delicados". Se me antojaba que era lo más parecido a las películas de guerra y de nazis que había visto, pero en la vida real. Me daba miedo mirarlos a los ojos y siempre me fijaba en sus botas militares relucientes. Allí era costumbre limpiarse los zapatos en la calle, en los limpiabotas, aunque llevaras una ametralladora en la mano. Eso me impactaba sobremanera.

Papa, yuca, maíz, tamales, carne de chancho...salían cocinados del interior de la madre tierra, la pachamanca ("olla de tierra"). Bebíamos chicha morada y se animaba una quena a entonar "el cóndor pasa" en un pueblo perdido en los Andes donde no llegan ni los cóndores. Con sus polleras de colores, sus trenzas y el churumbel dormido a su espalda...ellas lo preparan todo sentadas en el suelo, cantando, devolviendo a la tierra lo que ésta les ofreció, para que aquellos alimentos salgan bendecidos, cocinados, exquisitos.
No sabría muy bien cómo explicar el magnetismo de Machu Pichu.
Ni los ruídos del Amazonas por la noche.
Ni las dimensiones del frío Titicaca en una ligera barca de totora.
Pero tampoco la tímida cara de la pobreza frente al descaro de la opulencia, de la manipulación, de la corrupción y la explotación.
Perú es una maravilla, pero no todo es lo que cuenta, magníficamente por cierto, mi amado Brice Echenique en "Un mundo para Julius", aunque confieso que he presenciado escenas de la rancia burguesía limeña que podrían ser sacadas de esa novela.